Dominique Guillet y Raoul Jacquin
Hoy, la semilla, esencia misma de la vida, está amenazada. La semilla, voz de nuestros ancestros, es fruto de 12 000 años, o más, de co-evolución entre el Hombre, la Tierra y la Planta. La semilla es también el fruto de 12 000 años, o más, de domesticación recíproca: el hombre domesticó la planta tanto como la planta domesticó al hombre. Este proceso co-evolutivo engendró un patrimonio vegetal y cultural, muy diversificado, que es el bien común de toda la humanidad. Hoy, esta herencia corre el riesgo de ser acaparada por una ínfima minoría.
La alienación de la semilla por la agroindustria constituye un peligro sin precedente para la independencia alimenticia y para la salud de los pueblos. Los vendedores de pesticidas chapucean en sus laboratorios y sus campos, quemados por la química, híbridos degenerantes o quimeras genéticamente modificadas, que se atreven a llamar semillas. Estas semillas industriales están enfermas. No pueden vivir sin pesticidas, sin abonos químicos o sin manipulaciones genéticas. Contaminantes para el medio ambiente, son el punto de partida de deficiencias nutricionales, de alimentos-venenos, de cáncer y otras enfermedades degenerativas para el hombre y para los animales.
Con el fin de obtener el monopolio de lo que pertenece a todos, las corporaciones de la petro-agroquímica, apoyadas por el gobierno, quieren suprimir el derecho inalienable de cada uno de volver a sembrar su propia cosecha. La agricultura tóxica es un invento reciente de los industriales de la guerra y de la química, apoyados por una casta de tecnócratas quien redujo a la nada la naturaleza campesina tradicional. La humanidad se nutrió durante 12 000 años o más de plantas sanas y vigorosas, resultado de semillas de vida, de semillas campesinas, de semillas que crecieron en ecosistemas naturales y vivos.
Al igual que las generaciones que nos precedieron, tenemos el deber de transmitir a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos, la posibilidad de orientar y de escoger su futuro. Así, la Asociación Kokopelli trabaja para la protección de la biodiversidad alimenticia, para la promoción de prácticas agroecológicas y para que los horticultores y campesinos recuperen el derecho a producir sus propias semillas.
La Asociación Kokopelli está hoy amenazada en su supervivencia por los ataques del lobby de las semillas industriales y del gobierno. A través de Kokopelli, estos ataques apuntan en destruir el derecho de proteger y compartir las semillas. La Asociación Kokopelli está hoy amenazada en su sobrevivencia por legislaciones nacionales o internacionales, invento reciente de los Estados y del lobby de las semillas industriales y de la agroquímica, y que hacen del derecho a la protección y al reparto de las semillas un delito.
Exigimos para todos los campesinos, hortelanos, jardineros, productores de semillas y asociaciones que trabajan para la biodiversidad alimenticia:
– La libertad de proteger las semillas de vida, las semillas campesinas, las semillas tradicionales.
– La libertad de reproducir estas semillas.
– La libertad de rechazar, para estas semillas, todo registro, todo catálogo nacional, toda patente,
todo derecho de propiedad intelectual.
– la libertad de dar, de intercambiar y de comercializar estas semillas.
– La libertad de crear nuevas variedades de semillas adaptadas a una región, adaptadas a una vida cultural, adaptadas a prácticas agroecológicas y a nuevas condiciones climáticas.
– La libertad de rehusar las quimeras genéticas, fuente de contaminación.
– La libertad de compartir y de intercambiar, con total colaboración y reciprocidad, los conocimientos y las experiencias frutos de milenarios de agricultura tradicional.
– La libertad de usar, de comercializar, de aconsejar y de enseñar toda técnica y práctica agroecológica respetuosas del hombre y de los ecosistemas (extractos de ortigas, extractos fermentados, etc).
Exigimos muy simplemente el derecho incondicional de transmitir la biodiversidad y la fertilidad a las generaciones futuras.